Enojo y Sobreprotección


Es posible que oscile entre estos dos tipos de comportamiento, ya sea cambiando de uno a otro o inclinándose constantemente por uno de ellos. Empecemos hablando de la ira:

La ira es una emoción natural, una energía que todos experimentamos. No hay nada intrínsecamente malo en ella. El dilema moral surge cuando nuestras reacciones de ira perjudican a los demás, ya sea física o emocionalmente. Por ejemplo, nadie sale perjudicado si siento rabia y la libero poniendo el grito en el cielo o canalizándola haciendo ejercicio. Esa energía puede incluso convertirse en una fuente de motivación para abordar tareas que hemos estado posponiendo. Pero criar a los hijos e incluso tener una relación cercana a menudo hace aflorar en nosotros esos «desencadenantes de la ira». Cuando gritamos a nuestros seres queridos, les insultamos, les hacemos daño físico, les asustamos o les amenazamos, les estamos causando daño. A menudo, lo hacemos en un intento de controlarles o castigarles porque no podemos controlar nuestras propias emociones. Y como forman parte de nuestro hogar o lugar de trabajo -donde no siempre es fácil escapar de la situación-, se convierten en el blanco de nuestra frustración..

Por otro lado, la sobreprotección puede parecer amor, pero no es más que otra forma de control. Al no permitir que alguien haga cosas por sí mismo y explore el mundo de forma independiente, en realidad estamos diciendo: «Necesito que me necesites a cada paso». Si confías en mí, puedo controlarte. Esto impide que descubras lo fuerte y capaz que eres realmente. La sobreprotección envía un mensaje dañino: «No puedes manejar la vida por ti mismo: siempre me necesitarás o fracasarás». Es una forma de control sutil pero poderosa, llena de agresividad subyacente.

Dañar y sobreproteger a los que queremos son comportamientos que realmente no deseamos. Cuando reflexionamos sobre ellos, a menudo nos sentimos impotentes y avergonzados. Sin embargo, a veces, estos comportamientos parecen más fuertes de lo que somos, y acabamos justificándolos, aunque en el fondo sepamos que no es así.

Para cambiar esto, debemos entender de dónde provienen estos comportamientos. A menudo, cuando intentamos controlar a los demás «por su propio bien» o actuamos de forma agresiva sin darnos cuenta, nos mueve el miedo. Aunque los miedos de cada persona son diferentes, un denominador común es el miedo a sentirse insignificante. No lo admitimos conscientemente, pero a menudo está enterrado en lo más profundo de nuestro subconsciente.

A través de la reflexión personal, o «trabajo en la sombra», podemos descubrir que la parte de nosotros que causa daño está tratando de proteger nuestro frágil sentido de sí mismo, ofreciéndonos una fugaz sensación de poder e importancia que alivia temporalmente el miedo.

Si te sientes identificado, prueba este enfoque:

  1. Observa tus reacciones de control a lo largo del día con curiosidad y aceptación. Intenta satisfacer la necesidad subyacente de un modo que no perjudique a los demás.

2.- Presta atención a tu cuerpo, emociones y respuestas fisiológicas, y permanece abierto a identificar la raíz de tu miedo.

3.-Si esa raíz es el miedo a sentirse insignificante, es probable que experimentes una gran angustia. Permítete liberarlo -mediante lágrimas, corriendo o cualquier expresión no dañina. Sea cual sea el miedo que descubras, irá acompañado de malestar. Acepta tu sufrimiento con valentía y con la confianza de que puedes trascenderlo simplemente no resistiéndote a él. Abraza tu insignificancia, nómbrala. Abraza tus miedos, y nómbralos.

4.- Repite este proceso tantas veces como sea necesario. Esto es un viaje, no una solución rápida. No establezcas expectativas más allá de tomar conciencia y fomentar la intención de respetarte a ti mismo y a los demás lo mejor que puedas.



Comentarios

Deja una respuesta

Review Your Cart
0
Add Coupon Code
Subtotal