
Relaciones amorosas y paternidad
4 DE OCTUBRE DE 2023
Como psicoterapeuta, puedo manejar situaciones y emociones difíciles con facilidad cuando se trata de niños desafiantes o de personas que luchan con sus sentimientos. Sin embargo, ¿por qué me hierve la sangre cuando trato con mi hijo adolescente? ¿Por qué me siento tan fácilmente herida por mi pareja? ¿Y por qué mi paciencia se desvanece al instante cuando se trata de mi madre?
Esta pregunta es habitual, ya que mis clientes suelen acudir a terapia cuando se encuentran a punto de zarandear a su bebé llorón o de perder los nervios y guardar rencor a sus hijos y a su cónyuge. Es desconcertante cómo podemos ser tan racionales y diplomáticos en los conflictos del trabajo, con vecinos, clientes y amigos, y sin embargo luchar enormemente en nuestras relaciones más cercanas.
Cuanto más estrecha es la relación, más cerca está de las heridas de nuestra propia vida. Ésa es una razón importante. Las relaciones íntimas tienen una vía directa hacia nuestras vulnerabilidades. Nuestros hijos, cónyuge, padres, hermanos y amigos de toda la vida nos conocen íntimamente a lo largo de los años, y nuestros campos inconscientes se enredan con los suyos. Resulta mucho más fácil que nos activen automáticamente. Dentro del vínculo amoroso que compartimos, se acumula una historia: no sólo buenos recuerdos, sino también experiencias dolorosas y luchas de poder.
Otra poderosa razón reside en las expectativas inconscientes que tenemos respecto a los papeles que desempeñamos en relación con los demás. Las expectativas que tengo como compañero de trabajo difieren de las que tengo como padre, como amigo en comparación con las que tengo como cónyuge, como vecino en comparación con las que tengo como hija o hermano. Cada papel conlleva responsabilidades e implicaciones distintas. Ignorar a mi sobrino tiene consecuencias distintas que ignorar a mi propio hijo. Comportarse de forma inadecuada delante de ciertos amigos puede no tener el mismo impacto que comportarse de forma inadecuada delante de la familia de mi cónyuge o con mis hijos mirando.
Relacionado con esto está el conjunto de expectativas que creamos en torno a nosotros mismos a medida que crecemos. Puede que nos veamos a nosotros mismos como el hijo perfecto con los padres equivocados, lo que nos lleva a hacer votos para convertirnos en los padres ideales que siempre deseamos. Puede que esperemos que nuestros hijos sean la versión idealizada de nosotros mismos. Cuando la realidad no se alinea con nuestras fantasías, resurgen viejas emociones del pasado y el miedo a quedarnos cortos.
Otra consideración a tener en cuenta es el marcado contraste entre las consecuencias de cometer errores en relaciones lejanas y la catástrofe potencial de dañar a quienes forman parte de nuestra propia unidad familiar. El miedo a fracasar, a no estar a la altura, a la vergüenza y a la culpa que conlleva puede pesar mucho sobre nosotros.
Por último, basándonos en la sabiduría de Esther Perel, la reputada especialista en parejas, cuando le hicieron una pregunta similar en una entrevista, señaló que nos damos permiso para herir y maltratar a nuestros familiares más cercanos porque sabemos que podemos salirnos con la nuestra. ¿Adónde pueden ir nuestros hijos? ¿Cómo pueden defenderse? Como adultos, nuestros cónyuges tienen la opción de irse, pero dejar un matrimonio no es una cuestión sencilla. A menudo tiene un alto precio y puede causar importantes consecuencias emocionales, financieras y de salud, no sólo para la pareja sino también para los hijos, la familia extensa y los amigos. Quienes han experimentado el divorcio comprenden el verdadero peso de estas consecuencias. Es fácil para otros hablar a la ligera sobre la separación y la búsqueda de nuevas relaciones, pero la realidad es mucho más compleja y desafiante. Esta comprensión arroja luz sobre por qué el maltrato dentro de la dinámica familiar puede ocurrir con más frecuencia.
Consejos:
a) La autoconciencia y la autocomprensión son cruciales cuando se trata de reacciones emocionales. Permítete el espacio para reconocer tus sentimientos, las presiones y expectativas tanto internas como externas, el dolor acumulado y la falta de realización que pueden hacerte sentir irritable y amargado. No hay que descuidar el cuidado de la salud y la calidad del sueño.
b) Responsabilízate de cómo tratas a tus seres queridos y de las expectativas que tienes sobre ellos. Anímate a respetar y honrar sus trayectorias vitales, acercándote a ellos como compañeros cariñosos y no como jueces y castigadores. Recuerda que tu familia no existe sólo para complacerte, sino también para que la quieras y la apoyes.
En conclusión, reconocer las complejas dinámicas que entran en juego en nuestras relaciones más cercanas puede ayudarnos a manejar nuestras reacciones emocionales con mayor comprensión y compasión. Al cultivar la autoconciencia y adoptar un enfoque más responsable y cariñoso, podemos fomentar conexiones más sanas dentro de nuestras familias.
Si te ves incapaz de conseguirlo por ti mismo, no dudes en buscar ayuda profesional. Hoy en día existen diferentes vías de curación y una de ellas será la adecuada para ti.
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